Hebrón VIII. El burro

Hoy D. y yo patrullamos la calle de abajo juntos, entre las escaleras y el control-ataúd. Desde aquí vemos a un hombre que viene en burro a la parte controlada por Israel desde la parte viva de Hebrón. Ya le he visto antes, pero me sorprende verle pasar por el control-ataúd otra vez, porque encuentro su tratamiento verdaderamente humillante. Me dice D. que hace este recorrido todos los días, y que todos los días le hacen pasar por el mismo proceso.

Hebron VII. La mujer

Hoy estoy en la parte de arriba del barrio. Una mujer mayor de uno de los asentamientos ilegales viene subiendo la cuesta chillando a todo el que se encuentra por el camino.

Me dicen que tenga cuidado con ella, aunque no suele ser violenta físicamente.

Hebrón VI. Todos son terroristas

Normalmente estoy en la calle de abajo, pero a veces estoy en la parte de arriba haciendo guardia, donde los niños se lo pasan bomba jugando al balón o pidiendo que les saquemos fotos. Como les saques una foto estás perdido, porque no te van a dejar en paz hasta que les hayas sacado dos a cada uno, y luego otras tantas en grupo.

Hebrón V. Apartheid

Está más bien silenciosa, la calle donde estoy «de guardia». La calle normalmente está desierta, aparte de los soldados en el control-ataúd y en la posición y algún que otro palestino. Las tiendas están todas cerradas. Sus puertas son todas verdes pero podridas de no usarse ni pintarse ni cuidarse, y casi todas ellas tienen estrellas de David pintadas, como los nazis ponían esvásticas en las tiendas de los judíos. Ahora son las tiendas palestinas las que tienen un signo judío en sus puertas.

Hebrón IV. Mentiras

Mi sitio favorito desde el que patrullar es el sitio donde me encontré a D. cuando llegué. El sitio es bueno porque desde aquí vemos, al mismo tiempo, el control militar en forma de ataúd a la derecha, y el asentamiento ilegal israelí, o por lo menos a los colonos que saldrían de él para acosar violentamente palestinos, a la izquierda.

Hebrón III. Tráfico de drogas

Todos los días antes de desayunar hacemos la «ronda matutina». Bajamos a la calle y, junto a otros «observadores de derechos humanos internacionales», nos apostamos a los lados de las calles por las que pasan palestinos y que quedan más cerca de los asentamientos israelíes ilegales. Cuando los niños ya están en la escuela subimos al piso y desayunamos. Después del desayuno bajamos otra vez y hacemos el turno largo, hasta que termina la escuela.

Hoy dejo esta calle cuando los niños salen de la escuela y voy cuesta arriba, más cerca del otro asentamiento ilegal israelí. Aproximadamente a mitad de camino entre los dos asentamientos que rodean este barrio palestino, hay dos «puestos» para soldados, uno a cada lado de la calle. En uno de estos puestos dos soldados tienen retenido a un chico, sin más, le piden su tarjeta de identidad y les veo como jugando con ella.

Hebrón II. Sábado

Hebrón, especialmente el barrio en el que estamos, entre dos asentamientos ilegales israelíes, es brutalmente deprimente. Es una de esas experiencias en que piensas que vas a perder el equilibrio mental. Estamos en un barrio palestino, entre dos asentamientos llenos de colonos israelíes bastante fanáticos y temerosos. Son tan temerosos que salen a la calle con metralletas, y apedrean a los palestinos como cosa rutinaria.

Hebrón I. Anticipando el Sabbath

Mañana es sábado. Como parte de las prohibiciones del Sabbath de toda clase de trabajo, el conducir les está prohibido a los judíos estrictos. Durante un día entero cada semana, los palestinos corren el riesgo de ser víctimas de israelíes armados andando por la calle.

Vomitivo

Salgo del piso donde me he estado quedando muy de mañana, sin despertar a nadie. No quiero arriesgarme a llegar de noche a Hebrón porque ni siquiera sé cómo llegar a mi destino, y esta vez también viajo sola. La primera parada es por supuesto Ramala: primer cambio de taxi. De ahí a Qalandia, control militar que me aseguraron ayer que pasaré sin problemas. De allí a Jerusalén y de Jerusalén a Hebrón.

Pero el taxi que nos lleva a Qalandia se para en medio de una carretera desierta donde sólo hay muchos taxis y poca gente.

Bi’Lin VII. Olivos

W. y yo salimos a dar una vuelta por los alrededores, observando de nuevo el muro y, como de costumbre, no nos volvemos a casa sin que nos inviten antes a comer. Esta vez es M. y su hijo invitándonos a la azotea de su casa. La comunicación es difícil así que sólo nos enteramos de que todas las tierras que vemos al otro lado de la carretera un día pertenecieron al padre de M., que nos lo cuenta mientras comemos de un diminuto plato de aceitunas.