Hoy estoy en la parte de arriba del barrio. Una mujer mayor de uno de los asentamientos ilegales viene subiendo la cuesta chillando a todo el que se encuentra por el camino.

Me dicen que tenga cuidado con ella, aunque no suele ser violenta físicamente. Parece que es de los que no conciben que se permita vivir a personas que no son judías en estas tierras, y por tanto es necesario hacerlos desaparecer, de los que se sienten frustrados por no poder hacerlo como lo hicieron los nazis con ellos.

En efecto, la mujer grita a toda persona que se cruza en su camino, tanto palestinos como extranjeros. No me extraña que los palestinos la teman. Desde luego no es agradable salir de casa y encontrarse con alguien que sabes que te va a gritar en cuanto te vea.

Una de nosotros, C., está bajando la cuesta cuando la mujer le para para hablarle. Después de unos minutos de escucharla, C. sigue andando cuesta abajo a la calle de abajo.

Sin dejar de gritar, la anciana mujer se vuelve a nosotros segun sube la cuesta, entonces me ve y empieza su letanía de nuevo.

Después de unos pocos pasos, por fin está lo suficientemente cerca para distinguir lo que está diciendo, en inglés: «¡Vosotros, estáis ayudando a una gente, que está destruyendo vuestra civilización! ¡Primero destruyen Irán, luego América… ahora! ¡Vuestro turno!»

Me cuenta uno de los otros internacionales que una vez esta mujer le llamó «alemán» con tono de insulto. «Seguramente querría llamarme ‘nazi'», me explica él, «porque para muchos judíos, es lo mismo. En ese momento no lo pensé, sólo le dije, ‘no señora, no soy alemán, soy sueco’ y me contestó: ‘seguro que tienes algún parentesco con los alemanes'».