Hoy D. y yo patrullamos la calle de abajo juntos, entre las escaleras y el control-ataúd. Desde aquí vemos a un hombre que viene en burro a la parte controlada por Israel desde la parte viva de Hebrón. Ya le he visto antes, pero me sorprende verle pasar por el control-ataúd otra vez, porque encuentro su tratamiento verdaderamente humillante. Me dice D. que hace este recorrido todos los días, y que todos los días le hacen pasar por el mismo proceso.

Me acerco al control para sacar en vídeo la «operación» entera. Antes de entrar en el ataúd, tiene que bajarse del burro y descargarlo, saco por saco, en total unos diez sacos que parecen bastante pesados. Luego tiene que enseñar los contenidos a los soldados. Luego tiene que llevar cada saco al otro lado del ataúd a cuestas. Después de esto, vuelve al otro lado y trae el burro. Luego vuelve a poner saco por saco encima del burro, como estaban, y finalmente se monta encima de todos los sacos para seguir su camino. La operación ha durado unos diez o quince minutos.

Se da cuenta de mi presencia mientras sube la cuesta, o quizás ha notado que estaba grabando todo el tiempo. Me mira y me sonríe, y le doy las gracias porque parece que no le ha parecido mal que le haya grabado, aunque no le he pedido permiso antes de grabar. Él también me dice «gracias». Yo le respondo «gracias a TI», pero no parece entender y me da las gracias otra vez. Finalmente se va.

A media tarde J. emerge del control-ataúd. No le había visto desde la manifestación de Bi’Lin. Él ya había estado aquí, y él fue uno de los que me recomendaron encarecidamente que viniera aquí.

Después de ponernos al día de nuestras últimas «aventuras», J. nos cuenta sus dudas sobre qué hacer ahora. Su idea al hacer este viaje era ir a Egipto después de salir de Palestina y antes de volver a su país, porque desde niño ha sido su ilusión ver las pirámides. Pero ahora que está aquí, y aun sabiendo que no va a tener oportunidad de volver, está pensando no ir, y quedarse en Jerusalén, a pasar lo que él llama «tiempo de calidad» con amigos, en vez de viajar por territorio «normal» israelí y patearse él solo el desierto de Egipto después de esta experiencia casi traumática en Palestina, como si nunca hubiera pasado, como si ahora pudiera andar por ahí como un turista normal.

Y al mismo tiempo está preocupado porque quizás cuando llegue a casa se arrepentirá de haber desperdiciado su única oportunidad de ver las pirámides que tanto ha querido visitar toda su vida.

Convenimos más o menos en que lo ideal suele ser atender a los propios sentimientos y hacer en la medida de lo posible lo que a uno le apetezca, y que probablemente no tendría mucho sentido hacer ese viaje a Egipto y arriesgarse a estar amargado pensando lo bien que estaría en Jerusalén con su gente.

De momento J. sólo ha venido de paso, de camino a Kawawis. Estará allí solo durante dos o tres días porque no hay nada para poder lavarse allí, y luego volverá a Jerusalén. Me recomienda que vaya yo a Kawawis también.