J se va a una manifa a alguna parte y yo me dirijo hacia el sur. Los dos usamos el autobús del colegio, el que lleva a los niños del pueblo a la escuela que cada uno atiende. El profesor de inglés me pide que intente conseguir que mi embajada les envíe libros en inglés, para que los niños puedan practicar la lectura. Imagino que esto tendrá que esperar hasta que llegue a casa…

Nablus es una ciudad importante que está en un estado que se parece tanto a sitio que es difícil describirla con otra palabra. Cinco carreteras confluyen aquí, y hay un control militar permanente en cada una de ellas, y ninguno de esos controles están entre territorios palestinos e israelíes; están todos en medio de Palestina. El que yo voy a tener que pasar está a unos cinco o diez kilómetros de Nablus. Al menos no es uno de esos que hay que pasar a pie. Pero la cola de vehículos es dolorosamente lenta y mucha gente prefiere dejar atrás el taxi que se han cogido para llegar hasta aquí y luego andar, para cojer luego otro taxi.

Muchos otros prefieren coger un taxi justo antes del control. Hay una mujer gruesa con una bolsa tremenda en la cabeza caminando hacia los soldados que chequean a los peatones. Me pregunto cómo se las arreglará para pasar por las puertas del control, si le harán deshacer su equipaje y poner todos los contenidos de la bolsa en alguna mesa para que los soldados vayan por todas sus pertenencias. Como en casi todos los controles militares, se puede ver la cola desde fuera, pero es difícil ver lo que los soldados hacen a la gente, especialmente si se está sentado en un autobús que está parado en la cola, como yo estoy ahora.

Una ambulancia se acerca al control militar desde la direccion contraria, con las luces de emergencia puestas. Los coches que están en la cola le dejan espacio para que pueda adelantarse y yo por un momento imagino que los soldados dejarán a esta ambulancia parar el control rápidamente, pero enseguida me doy cuenta de que no. Uno de los soldados coge los documentos del conductor, otro se mete en la parte de atrás. A ninguno de ellos se le ve que tenga ninguna prisa, se toman su tiempo, probablemente aún más que con cualquier otro vehículo. Seguramente alguien estará ahí dentro, necesitando desesperadamente llegar cuanto antes a algún hospital, pero los soldados miran lentamente en cada posible parte de la ambulancia hasta que finalmente la dejan ir. Dirían que un terrorist podría estar oculto dentro, si se dignasen a contestar, si alguien se atreviese a cuestionar a un soldado de servicio. La ambulancia entonces pone en marcha la sirena – antes la tenía apagada, solo con las luces. Imagino que estará estrictamente prohibido aproximarse al control militar con las sirenas encendidas, hasta para las ambulancias.

Así que revisan conciencudamente todos los coches en ambas direcciones. También miran en los carros tirados por burros o incluso hombres, llenos de fruta y verduras, los camiones con materiales de construcción, los taxis llenos de gente, y los pocos coches privados. Revisan las identidades de los conductores, el maletero, la carga. Se pasan al menos cinco minutos de media con cada coche, al menos durante el tiempo que estoy aquí yo mirando desde este primer asiento del autobús.

Una de las ventajas de viajar en un autobús grande, dicen, es que no tienden a pararlo y revisar a cada uno y hacer preguntas sobre las razones del viaje, qué planeas hacer en tu ciudad destino y qué has hecho en la ciudad de procedencia, o qué estás haciendo en engeneral en este país, donde «hay hombres con pistolas, ¿sabe?» (y, exactamente, ¿qué es usted, soldado, aparte de un hombre con pistolas?).

Después de una media hora de avanzar unos cuantos metros cada diez minutos llegamos a la cabeza de la cola y un soldado le indica a nuestro conductor que pare en la orilla. Otro soldado viene hasta la puerta del bus y con una expresión severa y con un movimiento de mano le ordena al conductor que abra la puerta. El conductor tenrá unos cuarenta años, los soldados no tienen más de veinte y tienen una metralleta cada uno. Los soldados tienen los ojos clavados en el conductor, con expresión de decir «atrévete a no obedecer y verás».

Entonces uno de los soldados le ordena al conductor que se baje del autobús, de nuevo sin palabras, y por supuesto el conductor obedece inmediatamente, sin cruzar su mirada con la de los soldados. El ambiente es tenso dentro del bus. Conductor y soldado intercambian palabras en un idioma que suena a hebreo. El conductor se sube al bus, coje el micrófono y habla en árabe. Segun pone el micro de nuevo en su sitio al acabar me mira con una mirada que dice «no te muevas».

Hombres de todas las edades empiezan a salir por el pasillo y luego por las escaleras. El soldado agarra las tarjetas de identidad de todos segun salen del bus con sus equipajes de mano. Otro soldado viene a ayudarle y se asegura de que todos están a una distancia razonable de ellos, los soldados, las potenciales víctimas de estos potenciales terroristas de los que necesitan protegerse a sí mismos y a la población israelí, incluso cuando están desarmados. Una vez que todos los hombres y chicos han entregado sus tarjetas de identidad y están todos parados delante de los dos soldados, el que tiene las tarjetas de identidad empieza a llamar uno por uno, por sus nombres.

Uno por uno, segun son llamados, los palestinos abren sus bolsas en el suelo, mostrando todos sus contenidos y contestando a las preguntas de los soldados, antes de que se les devuelvan sus papeles y se les permita volver al autobús. La operación ha durado unos veinte minutos, pero aún no hemos acabado del todo.

Un soldado da una orden y el conductor abre el maletero donde están los equipajes. Desde donde estoy puedo ver que un soldado se mete en el maletero y luego sale. Imagino que en los tres segundos que ha durado su expedición no ha tenido tiempo de abrir mi mochila, ver todos sus contenidos, comprobar que ninguno de ellos es una bomba y poner todos de vuelta en la mochila.

Así que m epregunto qué utilidad tiene en cuanto a seguridad revisar el equipaje de mano de la mitad de los pasajeros si no se va a revisar nada más – si todavía comprase que se trata de seguridad. Si de verdad les preocupase la seguridad, se comprarían unos cuantos scanners y se ahorrarían un número considerable de soldados. Pero para ahora el ejército israelí me ha demostrado con creces que toda esta parafernalia no tiene nada que ver con seguridad y tiene todo que ver con hacerles la vida a los palestinos simplemente insoportable, con constantes humillaciones, con sus miradas, sus maneras, su prepotencia, sus carreteras bloqueadas, sus controles militares, sus M16.

Así, que, después de no revisar ni el equipaje de viaje ni la mitad del equipaje de mano del autobús, al tiempo que nos han retrasado durante una hora, se le permite al autobús seguir su viaje. El pasajero que se sienta a mi lado me mira y me dice, en inglés: «Esta es la ocupación». Intento mostrar mi comprensión y respondo, «Lo se». Me contesta de vuelta, «¿Lo sabes?» como diciendo, «qué sabes tú de nuestra situación, que puedes ‘tú’ ‘saber'». Y, pensando sobre ello, probablemente tiene razón. Lo he experimentado durante unas pocas semans pero desde mi posición priviliegiada apenas puedo imaginar el infierno por el que han pasado esta gente durante años y años; por algunas de estas personas, durante tanto tiempo como pueden recordar. En cualquier caso, guardo silencio y el viaje continúa.

Una vez que llegamos al otro lado del control militar vemos una cola larga viniendo desde la otra dirección, vehículos esperando a ser revisados igual que lo hemos sido nosotros. Cuento cuatro amulancias a lo largo de la cola, todas con las luces de emergencia encendidas. Aquí la carretera no es lo suficientemente ancha para que el resto de los vehículos se aparten a un lado para dejarlas pasar, así que ahí se quedan, esperando una media hora cada una para esperar en la cola y luego ser revisadas como el resto, mientras intentan ofrecer un servicio de emergencia para llevar a la gente enferma al hospital urgentemente.

Cuando mi autobús llega al final de su trayecto nos bajamos todos. Pregunto por los autobuses a Ramallah y me indican el camino a una estación de autobuses bastante grande. Allí intento preguntar a algunos conductores de autobús pero la mayoría de los buses están completamente vacíos. Finalmente encuentro a una familia dentro de uno de los buses y les pregunto, «¿Hablan inglés?». El hombre dice «no». Insisto: «Ramallah?», esperando que al menos me digan sí o no con la cabeza. Se baja del bus y me lleva a la salida de la estación. Me señala a alguna parte fuera y dice y dice en inglés: «derecho, izquierda, luego derecha». Me siento muy bien cuidada por esta gente, que, sin hablar inglés, se esfuerzan para que encuentre el camino. Le digo «shukran» un par de veces y hacia allí ando, desde esta estación de autobuses, a través de calles que no tienen autobuses ni señales de ellos, así que cuando termino de ir a «derecho, izquierda, luego derecha», me siento completamente perdida. De pronto oigo en la distancia «Ramallah Ramallah!». El hombre que grita de hecho me está mirando a mí, y está de pie junto a un autobús enorme. Así que el hombre que «no hablaba inglés» tenía toda la razón; de aquí salen los autobuses que van a Ramallah.