Nos encontramos en la estación de metro y montamos en el tren hasta el final de la línea Picadilly. Son rubios, confiadamente ingleses hasta el punto que vuelvo al lugar donde no entiendo la conversación que ocurre a mi alrededor. Durante una fracción de segundo todos me miran y aprovecho para hacer mi pregunta:

“¿Por qué hablamos continuamente de hombres solamente, no hay ninguna mujer en Colnbrook?” “No. Estos dos centros de detención, Colnbrook y Harmondsworth, son sólo para hombres. Hay otro centro de detención para mujeres y a veces sus hijos con ellas, y por eso a veces se le llama ‘para familias’, pero está muy lejos de Londres, fuera del sistema londinense de zonas de transporte público.

Salimos del tren y de la estación. Es un camino largo de la estación de metro a los centros de detención y me dicen los nombres de las calles, señalando los puntos de interés, para que la próxima vez pueda hacer esto sola.
Entonces llegamos.

Podemos ver los dos centros de detención desde la carretera, uno a la izquierda, el otro a la derecha.

“Si, es gracioso. Cada uno tiene el nombre del municipio en el que está. El Centro de Detención de Colnbrook está en el municipio Colnbrook y el de Harmondsworth está en Harmondsworth. La frontera entre ambos municipios es la carretera entre ellos.”

Los centros de detención comparten la entrada desde la calle y luego hay dos puertas a elegir. Ambos parecen complejos de hormigón gris donde podría haber cualquier cosa, desde una fábrica de alta tecnología a una de producción en cadena o hasta una cárcel.

No se ve a nadie fuera, ni guardas de seguridad, ni nada vivo. Todo el personal de seguridad debe de estar dentro.

Y dentro están. Primero nos dan los papeles que tenemos que rellenar, luego nos dicen que volvamos al mostrador sin nada más que los papeles ya rellenados, con nuestros detalles y los detalles del detenido al que venimos a visitar. Se nos da tan poco tiempo para llenar los papeles y poner todas nuestras posesiones en los armarios que tenemos que darnos prisa para ponernos en fila tal como se nos dice. Los guardias a ambos lados de la separación de cristal en el mostrador nos regañan por tardar tanto. Tenemos que estar de pie delante de una cámara que toma una fotografía de nuestra cara que luego se imprime en una tarjeta. También tenemos que darles una identificación con foto, alguna otra identificación, como una tarjeta bancaria, y también alguna carta oficial que hayamos recibido, como de un banco o algún departamento gubernamental, con nuestra dirección en ella. Luego también toman nuestras huellas dactilares. Entonces nos dan el trozo de papel que será nuestra tarjeta de visita y nos permiten pasar a la siguiente etapa de la seguridad. Nos escanean como en el aeropuerto, y tenemos que pasar por detectores de metales, y luego nos dirigen a algún cubículo estéril que conduce a un pasillo estéril, y tenemos que ir uno por uno, separados, hasta que llegamos a la sala de espera de visitantes. Una vez que estamos sentados, algunos guardias van a buscar al detenido al que hemos venido a visitar.

Hay otras visitas en la misma habitación. Podemos verlas a través de una cristalera que divide esta sala grande en sala de espera para nosotros y sala de visitas donde los internos y las visitas se reúnen.

Para ello hay mesas redondas y sillas alrededor de ellas. Son todas muy bajas, como de guardería, lo bastante pequeñas para niños pequeños. Todas las personas en la sala de visitas son negras, incluyendo los guardias en uniformes. Algunos están en grupos, algunos de esos grupos parecen familias enteras, con niños abrazando y saltando sobre su padre, que está en detención, en la mayoría de los casos a en la mayoría de los casos sólo a la espera de deportación.

Mientras esperamos vemos a una mujer blanca con traje y con un montón de papeles. Y un ordenador portátil. Así que es posible que se permita entrar con papeleos. Entonces me doy cuenta de que tiene un distintivo diferente. “Es una abogada”, me explican.

Se abre una puerta en el otro extremo de la sala de visitas y entra un guardia, mirándonos mientras deja que un recluso lo siga.

“Nuestra visita”.

Todavía tenemos que esperar a que nuestra puerta se abra para entrar en la sala de visitas.
Elegimos una mesa vacía y nos acomodamos en las sillas alrededor.

Patrick es un hombre mayor con la mirada serena. Dice que tiene abogado, con el que ya ha firmado un contrato, que le está ayudando.

Mientras uno del grupo habla con Patrick, el otro habla conmigo.

“Son muy eficientes, los abogados. En cuanto entra un nuevo detenido en un centro de estos, vienen a cazar el caso. En cuanto el detenido firma el contrato con la firma de abogados, ese contrato se remite a las autoridades, para conseguir la ayuda financiera estatal que por ley tienen que recibir los solicitantes de asilo. El dinero va directamente a los abogados, que, una vez que lo tienen, desaparecen. Literalmente. Los detenidos tienen su tarjeta, con su numero de teléfono, pero el abogado ya nunca estará disponible. No en la escasa cantidad de veces que se les permite usar los teléfonos del centro, en cualquier caso. Ahí es donde entramos nosotros”.

Volvemos a la conversación de Patrick. Dice que no está demasiado preocupado por su detención ni la aparentemente inminente deportación porque hay otro abogado, aunque no puede decir dónde, que le está ayudando a llevar su caso al Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

Nos explica que en su país, en África, estuvo involucrado en un intento de golpe de estado porque creía que el gobierno era y sigue siendo corrupto y no trabajaba para el pueblo. Pero el golpe fracasó y todos los participantes se enfrentaban a penas de muerte, por lo que los que pudieron huir huyeron. Él terminó en el Reino Unido y está seguro de que tiene una buena causa de derechos humanos.

Los otros voluntarios con los que vine, más experimentados, toman notas, especialmente cuando habla de las condiciones dentro de este centro de detención y de la próxima huelga de hambre planeada para protestar por esas condiciones.

Patrick dice que la mayoría de los reclusos en este centro de detención vienen de lugares donde la tortura parece ser rutinaria y escapan después de haber sido torturados y/o de haber perdido a todas sus familias de forma violenta. Así que terminar aquí después de esas experiencias no es bueno, y la perspectiva de ser devuelto allí está haciendo que algunos de los detenidos se vuelvan locos. Uno se cosió la boca, labio a labio. Últimamente ha habido algunos suicidios.

Algunos de los presos parecen encontrar algo más de entereza y son capaces de organizarse, y están hablando
de hacer una huelga de hambre organizada, todos a una. Los voluntarios le piden los nombres de los organizadores.