Nos levantamos todos a eso de las seis y media para aprovechar la luz del
día y salimos sin desayunar. Afuera se nos une el sobrino, H, al que
conocimos anoche.

Nos montamos todos, incluida la madre y el niño pequeño, en el remolque
del tractor, y nos dirigimos hacia la puerta por donde tienen que pasar
ahora. Saco la cámara para inmortalizar el momento y tanto la madre como
el sobrino me dicen rápidamente que no, con las manos y la cabeza.
Mientras algunos de mis compañeros discuten con los soldados sobre las
razones por las que no nos dejan pasar, una señora con un chaleco de eappi
eappi se vuelve desde la puerta (a ella
tampoco le han dejado pasar) y se sienta en una piedra junto al camino.
Cuando hablamos con ella, nos dice que el sistema no es para nada
consistente, que a ella otros días le han dejado pasar, y que depende del
día que tenga el soldado de turno.

Lo único que se puede hacer cuando un soldado armado te dice que no pasas
por esa puerta es callar y volverse, así que eso es lo que hacemos. Peor
que volverse es ver a F. hablar amigablemente con el soldado y darle la
mano, pero tiene que hacerlo porque necesita mantener al menos un poco de
paz. F nos deja en una carretera transitada y nos recoge un coche
dispuesto a llevarnos los otros veinticinco kilómetros hasta la siguiente
puerta, mientras la familia pasa por la puerta por donde tienen derecho a
pasar. Ocurre que en la siguiente puerta tampoco dejan al conductor de
este coche pasar, y tenemos que ir hasta la siguiente. Finalmente pasamos
al lado israelí de la valla y, bordeando el asentamiento judío, nos
dirigimos finalmente a las tierras donde vamos a ayudar. Cuando nos
encontramos con la familia en su tierra, han pasado tres horas desde que
hemos salido de la casa. Tres horas para recorrer lo que en circunstancias
normales (debería decir legales, porque toda esa valla, con sus puertas y
sus sistemas, es ilegal a los ojos de la comunidad internacional) solía
llevar veinte minutos. Y este no es el final del viaje hoy. Aún queda
llegar al punto donde están los árboles que quedan por trabajar. Nos
montamos en el remolque de nuevo y F. nos lleva por caminos de piedras que
hacen saltar tanto remolque como tractor insoportablemente. Durante buena
parte de la media hora que dura este viajecito, bordeamos una carretera de
uso exclusivo israelí. También hay puertas de acceso a la carretera, que
es totalmente lisa y perfectamente iluminada; nada que ver con el camino
de cabras por el que venimos saltando. Después me entero de que esta
carretera se ha construido sobre la que existía antes, que la podía usar
todo el mundo incluida la familia con la que estamos para llegar a sus
olivares, tardando unos diez minutos lo que ahora lleva una media hora. La
carretera tiene también un arcén a cada lado, el doble de ancho que la
propia carretera, de tierra y arena. Se nos explicará más tarde que la
función del arcén es en realidad recoger las huellas de pisadas de
intrusos. Efectivamente, la carretera, teniendo una valla en el lado
‘palestino’, actúa ella misma como una valla. Al menos en el lado que
alcanzamos a ver, hay una valla doble con alambre de pinchos enrollado en
el suelo, de tal forma que, si la intentas burlar, primero te electrocutas
con la primera valla (o te detectan con los sensores electrónicos), luego
te haces heridas con el alambre del suelo, y si aciertas a saltar la
segunda valla, tus pisadas en el arcén te delatan. Así que en teoría todas
estas barreras actúan como protección contra terroristas palestinos; en la
práctica lo que se consigue es hacer la vida bastante imposible a
campesinos como nuestro amigo.

Cuando finalmente llegamos a nuestro destino, nos encontramos en el
espacio entre la «Línea Verde» y la valla ilegal, una banda de unos seis
kilómetros de anchura. Las tierras pertenecen a palestinos y las Naciones
Unidas dicen que esto es territorio Palestino, pero el gobierno israelí
dice que es territorio israelí, por eso los palestinos requieren un
permiso especial de las autoridades israelíes para acceder a ellas. En los
territorios israelíes donde la titularidad de las tierras ya no se discute
(fueron compradas más o menos ilegalmente, o simplemente robadas, hace
tanto tiempo que las Naciones Unidas las reconoce como tierras israelíes)
hay alumbrado más que suficiente. Pero en estas tierras no, así que solo
se puede trabajar mientras hay luz del sol. Teniendo en cuenta que en esta
época del año los días duran menos de diez horas, que hemos perdido tres
en sortear esa valla ilegal, y que los permisos no duran por cuantos días
uno quiera, el padre de esta familia está de bastante mal humor y
queriendo recuperar el tiempo perdido.

Mientras trabajamos, A y F parecen darse cuenta de que no es practicable
perder todos los días tres horas a la mañana y tres horas a la tarde para
poder ayudarles, así que deciden que nos quedemos en el cobertizo de uno
de ellos que queda entre la valla ilegal y la Línea Verde. Así que para
cuando llegamos al cobertizo nuestras mochilas están allí, sin que falte
una sola cosa de todo lo que habíamos dejado por las habitaciones,
pensando que íbamos a quedarnos allí unos cuantos días. También hay cena
para todos que, aunque no tan suntuosa como la de ayer, nos deja
igualmente llenos. También hay agua caliente preparada, calentada por una
hoguera justo fuera de la construcción de cemento, bajo el tanque de agua.
Se nos dice en este momento que no hay electricidad en la casa – con esto
no habíamos contado. Así que viviremos unos cinco días sin electricidad y
por supuesto sin internet, aunque con los lujos del agua dentro de la casa
– y, si queremos, caliente – y de no pasar hambre. No todos los palestinos
tienen todos estos lujos.

Durante la cena A nos habla del agua y su administración en esta zona. A
los palestinos se les pone un límite tan estricto en la cantidad de agua
que pueden usar de sus propios pozos, que unos años riegan unos terrenos y
otros años riegan otros, mientras de esos mismos pozos sacan agua los
judíos del asentamiento. A lo ve desde su tierra y piensa que los judíos
la derrochan, o al menos que la usan sin control. Desde luego, ellos sí
que riegan todas sus huertas todos los años. Le preguntamos a A qué
pasaría si decidiese no respetar el límite del agua y nos responde que los
soldados cortarían todas las tuberías que llevan el agua a todas las
tierras que aún están en manos palestinas. El ejército israelí chequea
regularmente el consumo de agua por parte de los palestinos, y han
amenazado con no dejarles usar nada de su propia agua si sobrepasan la
cuota que les está permitido usar. También se les ha denegado el derecho a
abrir nuevos pozos desde los años setenta, y todo el área, más de seis
kilómetros cuadrados mas el consumo agrícola y doméstico de unas cien
casas del asentamiento judío, opera con sólo cinco pozos.

Ciertamente, se calcula que hay unas cien casas habitadas en el
asentamiento. Pero construídas, hay unas quinientas, nos dice A. Me cuesta
entenderle esta parte pero creo que habla de cierto hombre judío muy
adinerado que se dedica a financiar casas en futuros asentamientos judíos,
sin importar si hay o no demanda para esas casas, que en su mayoría se
quedan vacías hasta que alguien accede a mudarse.

Como si cuatrocientas casas vacías no fuesen suficientes, ahora se planea
la construcción de mil quinientas (1500) nuevas casas. Todo esto, en
tierras que quedan en el lado palestino de la Línea Verde. Es para la
construcción de estas nuevas casas que arrancaron de raíz los árboles de
A, y por ellas no se les deja usar a los palestinos las rutas más lógicas
para entrar en sus propias tierras. Y hablamos de un asentamiento que ya
desde su concepción es ilegal. Personalmente me parece un ejercicio de
acoso y expulsión de los palestinos de sus propias tierras para expandir
el estado israelí sin tener siquiera que comprar los nuevos territorios,
simplemente se les hace la vida imposible durante unas cuantas décadas y
esperan a que se marchen. A nos dice que la semana pasada los colonos
erigieron banderas alrededor de la tierra confiscada (que ni siquiera está
aún oficialmente confiscada porque A lo está litigando en el juzgado),
para marcar la expansión del asentamiento. Dice J que este es un método
también utilizado en los Estados Unidos (él se empeña en llamarlos
simplemente América) para demarcar áreas en nueva construcción.