W. y yo salimos a dar una vuelta por los alrededores, observando de nuevo el muro y, como de costumbre, no nos volvemos a casa sin que nos inviten antes a comer. Esta vez es M. y su hijo invitándonos a la azotea de su casa. La comunicación es difícil así que sólo nos enteramos de que todas las tierras que vemos al otro lado de la carretera un día pertenecieron al padre de M., que nos lo cuenta mientras comemos de un diminuto plato de aceitunas.

Mientras estamos en su terraza vemos una máquina que yo no había visto nunca antes. La miramos mientras se desplaza lentamente sobre lo que desde aquí parece escombro pero que es la gravilla con la que están haciendo la carretera. M. nos dice: «para llevar los olivos». Le miro sorprendida y W. explica: «esa es la máquina con la que arrancan los árboles de cuajo». Fig 14 antes 23

Volviendo a casa decido que voy a hacer caso a J. y A. y me voy a ir de Bi’Lin. Mañana me voy a Hebrón, al sur de Palestina, al menos al sur de Jerusalén. M. nos ha dicho que algo pasa en Qalandia, el control militar que está entre Ramala y Jerusalén, y que puede estar cerrado.

Llamo a R. en Ramala y le pregunto. Me confirma que hoy está cerrado pero que seguro que en unas horas lo abren otra vez. Le pregunto cuánto tiempo me llevará llegar a Hebrón y me responde que unas dos horas. En un país normal quizás sería media hora o una, dependiendo del tráfico, pero aquí tendré que cambiar de taxi en Qalandia y luego en Jerusalén. Aquí se quedará W. «de guardia».

Tengo que agradecer que, en todo el tiempo que he estado aquí, no he tenido que salir ni una sola noche.