Hoy salgo a dar un paseo con W y nos perdemos, bonitamente. Nos paramos en una esquina tratando de decidir la calle que cogemos y entonces alguien nos llama desde un portal.

La mujer que nos está llamando nos hace gestos para que entremos en su casa, nos miramos y decidimos que este debe de ser un gesto más de la gran hospitalidad palestina.

Nos conduce dentro de la casa y de nuevo fuera, a un pequeño patio jardín. Nos damos cuenta de que han tenido que haber estado poniendo sillas justo antes de que entráramos, porque hay dos sillas vacías en el círculo donde la familia se sienta.

La mujer que nos ha llamado desaparece dentro de la casa y nos deja con dos chicos, una chica pequeña y un hombre algo mayor, que asumimos es el padre.

Son los chicos los que llevan la conversación desde el momento en que balbuceo en árabe que no lo hablo (ni siquiera sé decirlo en plural). Nos dicen que van a la universidad, aunque saben que no habrá trabajo para ellos cuando acaben. La niña está aún en el colegio. Más que mirarme, tiene los ojos clavados en mí. Es un poco incómodo pero entiendo que tiene que ser bastante inusual para ella ver una mujer de mi edad con la cabeza descubierta. O no tan inusual?

La mujer sale al jardín y nos ofrece el preceptivo té, junto con unas pastas que se parecen mucho a unas que venden en Ramala. Hay té para todos, pero las pastas son solo para W y para mí. Decido que harán mi desayuno especial mañana.

Se interesan por nuestras vidas en casa, como el resto de la gente palestina que he conocido. También les gustaría saber por qué, de toda Palestina, hemos venido a este pueblo pequeño. Por las manifestaciones de los viernes. Sabemos que [los soldados] se meten en el pueblo de noche, cuando los israelíes e internacionales se han ido. Así que venimos nosotr@s con nuestras cámaras, para que no maten a nadie, o al menos para documentarlo y contarlo cuando llegamos a casa.

“Sí, pero cómo os enterasteis?”

Intentamos explicarles toda la historia pero su inglés es limitado. Así que acortamos:

“Conoces a Fulano? (Sí.) Nos quedamos en su casa. El está en un grupo, nosotros vinimos a ese grupo. Nos dice, ‘necesitamos gente en Nablus, en Bi’Lin. Así que venimos a estos sitios.”

Se queda mirando al suelo y adivino que le gustaría preguntar más pero su inglés (y nuestra falta de árabe) hacen una conversación normal algo difícil. Así que nos mira y dice:

“Gracias.”

Y yo no sé qué decir. Venimos a su casa, bebemos su té, nos llevamos las pocas pastas que el padre seguro que ha comprado en la gran ciudad en un viaje especial, nos lleva a casa y aún necesita decir “Gracias”.

Notas previas
Leyendo mis notas sobre el asentamiento de las fotos del envío anterior.

Recuerdo un encuentro que tuvimos con una mujer de los PEAPI, Programa Ecumenico de Acompañamiento en Palestina e Israel. Estaba sentada junto a la puerta por la que no nos dejaron pasar porque no teníamos permiso por escrito para pasar por ella. Es una de esas puertas por las que solo se permite pasar a algunos propietarios de tierras, para acceder a ellas.

Nos dijo que esto de los permisos es muy inconsistente, pues ella había visto, el mismo día anterior, que a algunos extranjeros como nosotros les dejaban pasar. Así que no tiene nada que ver con la seguridad – algunos pasan, otros no, a voleo, sin ningún criterio. Era lo que estaba documentando ella. Solo es un asunto de jugar con el tiempo y la habilidad de la gente, hartarla e incapacitarla hasta que no tiene más remedio que marcharse.

También dijo que cada soldado es un oficial, tan inconsistente es. Y que hay dos soldados por cada persona en el asentamiento.