Finalmente ha estado bastante tranquilo esto por aquí en las últimas dos semanas, desde el último ataque – nuestra presencia aquí ya no es tan necesaria, piensan algunos. Pero yo no estoy de acuerdo ni tampoco el alcalde del pueblo, así que me quedaré hasta que venga nuestro reemplazo – aunque, para ser exactos, somos nosotros quienes somos el reemplazo de alguien más, que están aquí mucho más tiempo que nosotros.
J y yo nos quedamos. A él no le gusta la escuela así que voy sola. La situación sin un hombre cambia completamente. Los profesores me saludan brevemente y me evitan lo más posible, así que durante el descanso me voy a casa a comer.
Intentar imponerles diferentes costumbres sería otra forma de colonialismo, así que con lo poco que me apetece, vuelvo después del descanso.
En clase, los maestros sí me tratan de incluir en las dinámicas, el profesor de inglés especialmente. Hace preguntas a los alumnos sobre España y todos dicen que está en Europa y que su capital es Madrid, y que también tiene olivos, como Palestina, y que algunas palabras son las mismas en árabe que en castellano (camisa, pantalón, aceite, sala, berenjena…) Al seguir con la clase normal también me pregunta de vez en cuando si quiero añadir algo a la lección pero bueno, el inglés tampoco es mi primera lengua…
Cuando terminan las clases es mediodía y me apetece pasear bajo el sol, así que J y yo pasamos el resto del día en visitar Yanoun de Abajo. Al llegar allí sacamos algunas fotos pensando que el valle que estamos viendo es el valle del Jordán pero no estamos demasiado seguros. Hay bastante niebla así que no se ve mucho…
Oímos una niña gritar «hello!» en la distancia mientras corre hacia nosotros.
Cuando está cerca, nos dice que su madre quiere que vayamos a visitar su casa.
Llegamos a una construcción de piedra cuyas escaleras empiezan en la roca antes de convertirse propiamente en escaleras, y hay una entrada a la izquierda; esto es; un agujero en la pared que llamamos puerta por llamarla de alguna manera. Al cruzarla nos encontramos en una especie de patio/pasillo con entradas como ésta en cada lado. Algunas de ellas tienen cortinas hasta la altura de la rodilla.
La niña nos guía hasta una de estas entradas y se quita los zapatos; nosotros hacemos lo mismo. La habitación en la que entramos tiene una tele en un agujero de la pared, una mesa, una silla y un par de colchones. Esta es su sala de estar y estos son sus muebles. Hay bastante viento por todo el recinto, que entra por la ventana (que de nuevo es simplemente un agujero en la pared), y sale por la puerta hacia el resto de la casa. Miramos por la ventana mientras la mujer va a por algo de comida para ofrecernos y vemos que estamos a una altura equivalente a un quinto piso occidental.
Después de un poco de conversación la madre nos pide que vayamos con sus hijos a un monte cercano a llevar la comida a su padre. Normalmente es ella quien se la lleva a su marido mientras los niños llevan a las ovejas y cabras a la fuente, pero hoy que estamos aquí se sentirá más segura si los niños van a las montañas con internacionales y ella lleva a los animales, en vez de dejar a los niños en el pueblo solos mientras ella va al monte.
Empezamos lo que se supone que es un camino de diez minutos con algunos vasos, unas botellas de plástico vacías y una bandeja cubierta. La primera parada es la fuente del pueblo, para llenar las botellas con agua.
Los niños explican que no hay agua dentro de las casas. Miro a lo alto, al asentamiento, con la certeza de que no hay una sola casa sin agua caliente y fría, calefacción y montones de muebles.
La fuente está junto a la carretera y seguimos, siguiéndola. De pronto un vehículo militar que se parece más a un tanque que a un coche aparece de la nada y nos quedamos todos helados a la orilla de la carretera, mirándonos unos a otros y al vehículo. Es una cosa compacta hecha de metal marrón y con ruedas que no se pueden ver. Tampoco se ven a los pasajeros o conductores.
Continuamos helados mientras el vehículo nos pasa y, cuando se va de nuestro campo de visión, la niña me mira, sonríe y respira profundamente: por suerte no ha pasado nada esta vez. Claramente, estos niños están mucho más acostumbrados qeu nosotros a este tipo de vehículos.
Cada vez que uno saca una foto de cualquier cosa que tenga que ver con el ejército – un control, una garita, incluso un soldado – arriesga, si no su vida, sí al menos su cámara, las cintas y todo el contenido que haya recogido hasta entonces. Así que no hay fotos de este vehículo. Además, su aparición fue demasiado repentina y yo demasiado helada.
Seguimos andando por la orilla de la carretera y empezamos a subir la montaña donde está el padre de las criaturas. Después de quince minutos de preguntar si falta mucho y de que que los niños contesten «cerca», gritan «allí!».
J. sigue subiendo y yo utilizo la cosa cultural a mi favor esta vez, sentándome en una roca preciosa con la niña mientras J y los niños van a donde su padre. El está con otros dos hombres y los tres están lanzando troncos de árbol muerto ladera abajo. Es la madera que usarán este invierno para calentar sus casas. De verdad espero que también puedan vender algo de esa madera, porque esto es lo que han hecho todo el día – me pregunto de qué vive esta gente si no tiene trabajo.
J les ayuda en el trabajo mientras los niños dejan lo que traen junto al resto de las cosas de los hombres, y después de unos minutos la mayoría de los niños se sientan conmigo. Juegan con barro y ramas de olivos, haciendo una representación de un parque precioso aunque algo embarrado.
Así que el barro y las ramas son sus juguetes más emocionantes.
Les digo que las vistas son muy bonitas y uno de los chicos me dice, «all this land, my father’s. Settlers steal it». (toda esta tierra, de mi padre. Colonos la roban). Muevo la cabeza esperando una explicación algo más clara y sigue: «one day, settler says, it’s mine…» (un día el colono dice, esto es mío). Y ya está. Saco algunas fotos de la tierra que me está indicando y de hecho es la mejor porción de tierra que se ve, justo en el valle, llano y fácil de trabajar. El resto está en las laderas donde ahora estamos sentados, rocosas, en cuesta y con los árboles mucho más espaciados que allá abajo en el valle
J y los hombres tiran troncos abajo durante casi media hora después de comer; parece trabajo duro. No podemos estar tan lejos de las casas y el resto de los vecinos demasiado tiempo así que nos excusamos antes de la puesta de sol y nos vamos. En la distancia vemos a un chico llevando sus ovejas. J dice algo así como, «Esto es tan culturalmente lejano a mí, lo encuentro tan extraño, difícil de entender, cómo un montón de ovejas simplemente le siguen al pastor, sin cuestionarlo, simplemente, le siguen». Le miro tratando de entender. Para mí en cambio es tan natural, ¿cómo iba a ser de otra manera? Pero bueno, lo conozco de cerca porque varios miembros de mi familia han sido pastores en diferentes momentos de su vida, incluso yo tuve la oportunidad de acompañarlos a veces, así que para mí lo extraño es la sorpresa de J.
De hecho estoy encontrando tantísimas similitudes entre las culturas, cocinas y modos de vida españoles y árabes. Imagino que los ocho siglos de permanencia en la península se tienen que notar.