La furgoneta tiene que ir hasta una carretera
perfectamente asfaltada que corta esta (como casi todas las carreteras israelíes cortan de cuajo muchísimas «carreteras», dejando a la gente aislada… esta carreteras en concreto deja a kawawis totalmente aislada del resto de Palestina, y para ir a ella solo se puede ir andando.
El taxista ha hecho ademán de acompañarme pero cuando ha visto que me dirigía hacia el arcén se ha disculpado: «Peligroso». Comprendo perfectamente. Como potencial terrorista que es, su presencia cerca de una carretera israelí justificaría de sobra un tiroteo con resultado de muerte. Así que allá me voy yo, mi melena suelta como «prueba» de que no soy palestina, por lo tanto no soy terrorista, por lo tanto no me van a matar.
Una vez en la carretera debería ver a L., que se cogerá este mismo taxi para llegar hasta Yatta. Camiones, grandes autobuses y coches, algunos militares, pasan a gran velocidad por esta carreteras a la que no la corta nada ni nadie: imagino que sus pasajeros se preguntarán de dónde demonios salgo y a dónde demonios iré. L. y yo por fin nos vemos de lejos y corremos a un mutuo encuentro, la llevo al taxi, me da la llave de la casa donde me hospedaré y me quedo sola a este lado de la carretera.
El paisaje que se extiende ante mí es asombroso pero también desolador. No hay ningún indicio de vida aparte de las huellas del taxi en el camino de cabras por donde hemos venido que de carretera sólo tiene el nombre y la carretera recién asfaltada para uso exclusivo israelí.
La «casa» cuya puerta abre la llave que me acaban de dar se compone de piedras una sobre otra, haciendo una pared circular, con una lona cubriendo la única habitación resultante.
Casi todas las «casas» son así, o lo parecen desde fuera. Dos mujeres y un hombre me ven y me dan la bienvenida, con las poquísimas palabras que saben decir en inglés, me dan el té más dulce que he probado en mi vida, me dan de cenar y me hacen dormir en su casa: «dos, bien, uno, no bien», que quiere decir, dos pueden dormir en la casita, pero una sola es demasiado peligroso. Así que vamos a la casita-cueva donde en teoría me hospedo yo y cogemos la ropa de cama que yo usaré en su casa.
A duras penas me entero de que el hombre y la mujer más viejos son matrimonio y la mujer más joven, que parece que tuviera unos 50 años, con algunos dientes de oro y otros simplemente ausentes, solo tiene 30 y es su hija soltera.
Hay dos asentamientos al menos, y algún puesto de vigilancia, rodeando esta villa de unos veinte habitantes cuando están los niños.
Normalmente preferiría mi independencia e intimidad, pero dormir prácticamente a la intemperie en mitad del monte, a la vista de dos barracones de soldados con sus garitas, yo sola, pues, me voy a sentir más segura durmiendo con otras tres personas que conocen el lugar y que de hecho ya me están cuidando.
En cuanto a intimidad, bueno, solo van a ser unos días. Además no me exigen que esté siempre con ellos. Voy a dar una vuelta por las inmediaciones y al volver me encuentro a la mujer joven y a una niña, que sabe algo más de inglés y que es su sobrina. Les invito a comer conmigo pero no me entienden. La mayor se va y su sobrina se queda, y por señas al final le invito a entrar. Empiezo a comer y le doy y comemos algo juntas. Me pide pan para llevar a su hermano, le doy algo de pan, y me pide algo más, ahora para su hermana. Le ofrezco también humus y me pide galletas. Al cabo de un ratito se pone unas cuantas galletas en los bolsillos y se va, con el bocadillo de humus en la mano, y me quedo con la certeza de que esta gente pasa hambre.
Sigo comiendo sola y viene su tía, que me indica con gestos que vaya con ella a su casa. Le indico la comida y me ayuda a recogerla. Normalmente no se debe llevar comida a donde te invitan, es una ofensa, como decirles que no valen lo suficiente para alimentarte, pero esta familia la recibe con una sonrisa y todos comemos de su comida y de la mía. Al acabar, la tía se pone a fregar los cacharros con muy poquita agua que antes ha sacado del pozo, con un estropajo raro y con jabón de aceite de oliva.
Cuando acaba se echa a dormir, con el pañuelo en la cabeza. Ha venido también otro sobrino suyo, de unos 20 años, aunque a juzgar por lo rápido que envejece aquí la gente quizás tenga solo 14 o 15. El sobrino no cena, solo se queda a dormir.