Hoy volvemos al mismo sitio de ayer. Esta familia vive del producto de sus
árboles solamente, no tienen otra fuente de ingresos. Les preguntamos por
el precio del aceite. El año pasado el precio pagado al campesino fue de
10 NIS (Nuevo Shekel Israelí) el kilo, unos 2.2 o 2.22 dólares
estadounidenses. Imagino que, como todos los productores de materias
primas, especialmente alimenticias, están a merced de lo que fluctúen los
mercados internacionales. A Israel pueden vender bastante poco, nos dirá
otra persona local a la tarde, porque Israel está bloqueando la entrada de
productos palestinos en Israel; es otra forma también de ahogarles. Y
además está la situación política. Algunos internacionales piensan que
Arafat no hizo una buena política en esta materia; por ejemplo se importó
aceite de Jordania cuando los campesinos aquí estaban pasando por esta
mala situación. Este año el precio es de más de 20 shekels el kilo, al
menos merece la pena producirlo.
La verdad es que en todo el día hablamos muy poco con ellos, por la
barrera del idioma. Aprendemos una o dos palabras durante las comidas pero
el gran bulto de la conversación se hace en inglés entre los
internacionales. Algunos hombres saben algo de inglés; por lo general las
mujeres no parece que sepan, pero sospecho que saben pero no hablan con
nosotros. Al parecer lo correcto cuando se habla con una pareja es hablar
con el hombre solo. En cualquier caso, es bastante frustrante intentar
hablar con las mujeres o los niños y no poder. Por otra parte, empiezo a
notar algo de cansancio y seguir una conversación en inglés supone un
esfuerzo adicional, así que durante esta parte del día me sumerjo en mis
pensamientos e intento pasarla sentada echando aceitunas al cubo.
No tenemos ningún problema con soldados o colonos en todo el día y hacia
las cuatro nos volvemos a ‘la base’. Coincidimos todos en que esto de
recoger aceitunas es como un oasis de paz en el desierto de la guerra, al
menos a nuestros ojos, porque allá en el monte se siente un ambiente muy
pacífico, mucha paz, mientras que la realidad de la situación es opresión
y guerra contra el oprimido, que siendo casi callada y de baja intensidad,
creo que es más cruel.
Al volver al campo de refugiados donde nos hospedamos, que en realidad más
parece un barrio pobre de cualquier ciudad, la gente ya empieza a
reconocernos y nosotros empezamos a reconocer a algunos de los niños que
nos gritan y nos siguen, diciendo hello!, y what’s your name!. A veces
nos dicen shalom, que es el saludo en hebreo, porque el judío es el
único extranjero que han visto nunca estos niños, o que reconocen, y por
tanto asumen que todo extranjero es judío.
En el internet café de donde mando estos relatillos, los ordenadores están
en árabe. Intento seguir los menús que sé dónde están de memoria pero
hasta para decir ‘ok’ en cualquier opción tengo que pedir ayuda al que lo
atiende. Además como en árabe se escribe de derecha a izquierda, las
teclas de dirección están como cambiadas, es decir, si le das a la flecha
de la derecha el cursor se va hacia la izquierda, y viceversa.
Otros internacionales me dicen además que los teclados no les funcionan:
en uno es la barra espaciadora, en otro la n, la l, la a y la u, total que
esto es un desastre y nos vamos bastante frustrados. Al salir el encargado
nos pregunta lo que hacemos aquí y al explicárselo, nos hace un precio
especial, en solidaridad.