A las ocho de la mañana el sol entra a raudales por las ventanas sin cristales en la habitación. La pareja parece que se ha levantado ya; su colchón no está ya ahí. Su nieto se ha ido también. Me acuerdo entonces de lo que leí ayer en el cuaderno de bitácora, que sacan las ovejas hacia las seis de la mañana.
H. está diciendo sus oraciones levantada, con los ojos cerrados y balanceándose de vez en cuando. Cuando termina de rezar ponemos todos los colchones y mantas en la esquina donde parece que se guardan y le ayudo con el desayuno, que consiste en un té que se hace a base de hierbas recogidas por la zona.
Pegados contra una de las paredes hay un montón de sacos llenos de lo que luego resultará ser harina, con la palabra USAID escrita en cada uno de ellos. Al acabar de desayunar H. coge uno de ellos y saca algo de harina, poniéndola sobre un saco viejo abierto, en el suelo. Luego coge otro saco y saca algo más de harina. Esta es más oscura. Va a hacer pan con harina blanca e integral mezcladas.
Cuando termina, guarda el pan y le ayudo a limpiar el suelo donde ha estado trabajando. Luego vamos a una sala adyacente, donde están sus padres. Después de pasar algo más de tiempo de relajamiento compartimos algo de comida y luego el padre se marcha.
Nos quedamos las tres, en esta casa sin electricidad ni calefacción. La madre cose, la hija lava los platos y yo escribo en mi diario.