Está más bien silenciosa, la calle donde estoy «de guardia». La calle normalmente está desierta, aparte de los soldados en el control-ataúd y en la posición y algún que otro palestino. Las tiendas están todas cerradas. Sus puertas son todas verdes pero podridas de no usarse ni pintarse ni cuidarse, y casi todas ellas tienen estrellas de David pintadas, como los nazis ponían esvásticas en las tiendas de los judíos. Ahora son las tiendas palestinas las que tienen un signo judío en sus puertas.
Algunas aceras aparecen completamente rotas, como si hubieran estado haciendo reparaciones en la tuberías subterráneas pero se hubieran olvidado de cerrar la grieta.
La piedra levantada, explica K., es una práctica común también; levantarles el pavimento para humillarles sólo un poco más y hacerles la vida sólo un poco más imposible.
Hay una sensación de estar en un cementerio aquí, realmente, así está de silencioso. Los únicos sonidos que se oyen constantemente desde aquí son los muy distantes, como si vinieran de un sueño, pitidos de los coches. Si no fuera porque entré en Hebrón por esa parte de la ciudad, aún me estaría preguntando de dónde vendrían esos pitidos distantes. Imagino que los colonos se harán también esa pregunta porque, según D., no se les permite ir a la zona «árabe» de Hebrón, y de hecho nunca he visto un solo colono en la zona bonita de Hebrón.
El único ruido que rompe el silencio dentro del área que está oficialmente bajo control israelí, y donde todavía «viven» palestinos, son los coches de los colonos. En la zona controlada por Israel, a los palestinos no se les permite viajar en coche, o ningún otro vehículo a motor. He visto un par de bicis, pero nunca he visto a nadie intentar pasarlas por el control militar. Los israelíes sí que pueden conducir el vehículo que quieran.
Las consecuencias que estas diferencias tienen para su vida cotidiana en cuanto a derechos son absolutamente dolorosas, incluso vistas desde la comodidad de la piedra donde estoy sentada, observando. No sabemos cómo hacen sus compras los colonos porque sólo les vemos en coche o cuando pasean, pero hemos visto a palestinos llevar cargas pesadas en carretas y a pie, lentamente, a lo largo de toda la calle. Tareas en que se podría emplear fácilmente una fracción del tiempo y esfuerzo. Pero se han de hacer penosamente sólo porque quien está en el poder decide que cierto grupo (étnico, religioso…) sólo puede ir andando o en burro.
Mientras que los colonos israelíes hacen sus vidas protegidos en sus coches y/o con armas encima, a los palestinos se les tiene prohibida cualquier clase de armas y tienen que caminar entre esta gente armada.
Los niños del asentamiento ilegal israelí van a su escuela en una furgoneta que hace varios viajes al día. Los niños palestinos van y vienen andando a la escuela protegidos sólo por la presencia internacional que los voluntarios extranjeros proporcionamos, armados sólo con nuestras cámaras. Y no me atrevo a pensar qué sucedería a estos niños si esta afluencia continua de extranjeros con pasaportes privilegiados se acabase.
Una máquina barredora similar a las que podemos ver en ciudades europeas limpia las calles habitadas por los colonos israelíes. Como a los palestinos no se les permite conducir ningún vehículo, la calle habitada por palestinos tiene que ser barrida a pie, con una escoba. Así que allí va el barrendero palestino, con su basura en un carrito que tiene que empujar, barriendo la calle poco a poco.
El barrendero desaparece detrás de la esquina y entonces dos hombres palestinos emergen del control-ataúd. Llevan un gran saco que los soldados les hacen abrir para inspeccionarlo. Desde aquí no puedo ver el contenido pero parece muy pesado. El tipo de carga que llevarías en un coche o en una carreta al menos. Pero en ese control-ataúd no se permiten las carretas.
Cuando el soldado les deja marchar, siguen los hombres por la calle, delante de mí. Uno anda de espaldas, de cara al saco y a su amigo. Cada cuatro o cinco pasos, se paran, dejan el saco en el suelo unos segundos, y echan de nuevo a andar. Me sonríen y continúan con su saco, parando, descansando y andando, parando, descansando y andando, lentamente, hacia las escaleras al otro lado de la calle. Finalmente empiezan a subir las escaleras y ya no les veo.
Hay dos contenedores, llenos de basuras, enfrente del control militar. Un contenedor es para la basura israelí y el otro para la basura palestina. Los dos están en la calle palestina. Parece que los colonos israelíes se consideran a sí mismos demasiado puros para guardar su contenedor de basura en su calle.
Un camión enorme con matrícula israelí trae basura y la echa en el contenedor israelí. El camión lo conduce un palestino – no pueden conducir sus propios vehículos, pero pueden conducir los vehículos israelíes para proporcionar los servicios para los israelíes-. El contenedor palestino no se puede llenar con un camión, puesto que los palestinos no pueden conducir vehículos a motor aquí. Así que los palestinos tienen que gestionar la basura israelí con camiones israelíes, pero la suya propia, a mano.