Normalmente estoy en la calle de abajo, pero a veces estoy en la parte de arriba haciendo guardia, donde los niños se lo pasan bomba jugando al balón o pidiendo que les saquemos fotos. Como les saques una foto estás perdido, porque no te van a dejar en paz hasta que les hayas sacado dos a cada uno, y luego otras tantas en grupo.
Pero la mayor parte del tiempo después de clase lo pasan en la calle jugando al balón (niños; niñas veo pocas) y, salvando las distancias, me recuerdan a mi propia infancia, cuando la calle era nuestro patio de recreo. Miro a estos niños y me veo en ellos, que tienen al menos este espacio, como yo que también tuve calle, antes de que los coches la invadieran y desalojasen a los niños que siguieron a mi generación.
Ahora los niños de mi calle ya no pueden jugar en ella, y comento a A. que desde luego estos niños palestinos no están en un paraíso, y seguramente están madurando a marchas forzadas y no tendrán que esperar a hacerse demasiado mayores para entender la situación, pero, al menos ahora, están teniendo mejor infancia que los niños de las modernas ciudades de Europa, incluso que los niños de los asentamientos ilegales que tienen ahí arriba subiendo la calle, y abajo junto a la escuela. A los niños colonos nunca les veo en la calle jugando, sólo tirando piedras, sólo haciendo actos de odio.
Me voy un momento dejando a los niños jugando a fútbol, y cuando vuelvo, sólo unos minutos mas tarde, me los encuentro sentados en las escaleras junto a la única tienda abierta del barrio, porque los soldados les han robado el balón.
Cuando les pregunto a los soldados por qué, me miran y se callan. Tienen el poder y punto. No tienen absolutamente ninguna obligación de hablarme. Otro internacional se acerca y me dice que no es la primera vez que roban el balón de los chicos. Les pregunta por qué insisten en hacer a estos niños la vida imposible. Uno de los soldados dice: «Porque son todos unos terroristas». Mi compañera trata de razonar con ellos, diciendo que sólo son niños. El soldado masculla y le oímos, «bueno, si no lo son, sus hermanos lo son». No me puedo creer lo que oigo y le pido que lo repita, pero se queda callado.
Les pregunto los detalles de lo que ha pasado a los niños y uno, mayor que los demás, quiere impedirles que hablen conmigo, probablemente porque no hablo árabe (pillo esa palabra). Pero los demás le encaran, le callan y me responden.
Me cuentan que uno de los soldados simplemente agarró el balón, y que esto no es ni mucho menos infrecuente, aunque no hay ninguna norma que les prohíba jugar. Me dicen que algunos soldados no dicen ni hacen nada cuando juegan; depende de qué soldado esté de turno, cada uno actúa de forma diferente, incluso cada día los mismos soldados actúan diferente. Uno de los niños dice que algunas veces, los soldados hasta juegan con ellos.
Supongo que eso es lo que haces cuando tienes poder absoluto sobre gente que no tiene ninguna autoridad a la que quejarse, que está desamparada.
Los niños se quedan junto a la tienda hasta que se hace de noche, cuando todos van a casa con sus familias. Ya de noche me entero de que los soldados les han devuelto el balón con la condición de que no jueguen con él.