Hebrón, especialmente el barrio en el que estamos, entre dos asentamientos ilegales israelíes, es brutalmente deprimente. Es una de esas experiencias en que piensas que vas a perder el equilibrio mental. Estamos en un barrio palestino, entre dos asentamientos llenos de colonos israelíes bastante fanáticos y temerosos. Son tan temerosos que salen a la calle con metralletas, y apedrean a los palestinos como cosa rutinaria.
La función del observador de derechos humanos internacional aquí es absorber la violencia. Literalmente. Simplemente, ponernos entre los palestinos y las piedras, pues el diálogo con estos fanáticos es absolutamente imposible. Nos gritan y nos llaman nazis, porque para ellos ayudar a los palestinos es lo mismo que apoyar a terroristas, porque para ellos todos los palestinos son terroristas, y según ellos, si ayudamos a los palestinos es porque odiamos a los judíos.
Este es el tipo de «conversaciones» que hemos mantenido con los colonos israelíes que se han dignado a hablarnos. Les molestan mucho nuestras cámaras, que hacen de testigos, y procuramos no enfadarles. Nos aseguramos de que los palestinos suben las escaleras frente al asentamiento sin peligro, pero siempre observando desde una distancia prudencial, intentando no provocarles con nuestra presencia. La presencia de observadores internacionales previene apedreamientos a diario, aunque algunos días no se pueden evitar.
En términos de «peligrosidad», los niños colonos israelíes son los más peligrosos, por delante de los adultos colonos, que no son tan peligrosos como los niños, pero que son más peligrosos que los soldados. La razón de esto es la impunidad penal de la que gozan los niños. Un menor de edad israelí no tiene responsabilidad penal; ni siquiera se le puede arrestar. He contado cómo nos lanzaron piedras unos niños colonos israelíes mientras ayudábamos a campesinos palestinos a recoger aceitunas. Hoy me toca ser apedreada en Hebrón.
Estoy «de guardia» en la calle de abajo del barrio, entre el control-ataúd y las escaleras que llevan a la escuela y viviendas palestinas, cuando los niños colonos salen de la escuela-guardería que está justo al pie de las escaleras. Noto que algunos niños colonos están en esa parte, tirando piedras hacia las escaleras, que no puedo ver por el tema de «no provocarles». Parece que están gritando a las escaleras y entiendo que probablemente están apedreando a algún palestino o palestina o jugando, o ambas cosas. Cuando se dan cuenta de que me estoy acercando con mi cámara cambian de objetivo. En cuanto me ven empiezan a gritar y a tirarme piedras – unas cinco piedras, del tamaño de un pulgar. Empiezo a filmarles pero al poco se acaba la cinta. Mientras me apedrean, la mujer a la que han estado apedreando hasta ahora se marcha corriendo de vuelta a su casa. Probablemente tenga que organizar a su familia para comer en alguna otra casa, si se ha quedado sin poder hacer su compra diaria. Al menos no se ha ido -muy- apedreada.
Le miro al soldado de la garita que está frente a las escaleras, que lo ha visto todo, pero ahora esta hablando por teléfono. Cuando termina le pregunto: «¿Qué haces con respecto a esto? Me están tirando piedras», pero ni me mira. Su única función es defender a los israelíes de los palestinos, así que no es su trabajo defender a las víctimas de israelíes.
No hay nadie bajando las escaleras ni viniendo hacia ellas desde la calle, así que simplemente me voy a donde estaba.
Al final del turno D. comenta que no puede creerse que hoy haya sido un sábado, pues hoy sólo han ocurrido mi apedreamiento y otros dos, y aparte de eso ha sido muy tranquilo, lo que no es nada frecuente en sábado.