Volvemos a nuestro piso y comemos. Como parece que no hay más familias que requieren acompañamiento internacional, me planteo marcharme, pero no es recomendable que viaje una mujer sola. Sin embargo estos chicos pasan de nosotras, es decir tenemos que acomodar nuestros planes a los suyos. Se me dijo al principio de mis viajes por aquí que tampoco es demasiado recomendable que una mujer salga de noche sola, y los chicos saben esto y también se les dice que nos ofrezcan acompañarnos al internet café, sin provocar que tengamos que pedírselo. Aún así, siempre he tenido que pedir a la gente que me acompañe; incluso una vez, uno de los tíos se largó al internet café sin decir nada a nadie y cuando le pedí que me acompañara me dijo ‘oh no, no vuelvo ahí otra vez’. Por suerte desde entonces he visto que no todos los hombres internacionales son tan egoístas, de echo la mayoría son encantadores.

Hablo con otras mujeres del tema y resulta que ellas también están bastante hartas de depender de los hombres; ha llegado un momento en que se han visto obligadas a correr riesgos. Ahora viajan solas y al menos M. está bastante contenta con el trato de los palestinos, de los soldados no tanto pero hay tal racismo que en cuanto no eres del todo morena casi ni te cuestionan, y ya si dices que eres turista te respetan como a una reina.

Intento hablar civilizadamente con el compañero que me hizo la faena del internet pero la única respuesta que consigo – (y que entiendo) – es «entiendo lo que me dices. Pero me gusta tomar mis propias decisiones». Lo más gracioso es que este tío ha venido aquí con un espíritu de solidaridad, y bla bla bla.

En circunstancias normales decidiría mantenerme alejada de gente como este tío, pero aquí, de momento – sólo de momento – sigo prefiriendo viajar con impresentables occidentales que sola, así que me uno a D y B para ir a otro pueblo donde se necesitan internacionales. Me llevan a remolque porque no puedo andar tan deprisa como ellos; muy de vez en cuando se vuelven sin pararse, para comprobar que todavía ando unos veinte pasos por detrás de ellos. Finalmente nos montamos en el primer vehículo – serán varios – y llegamos al primer destino. Es una ciudad grande y el taxi hace varias paradas, como el que me llevó del aeropuerto hasta Jerusalén. En una de ellas, me dice D, uno de los tíos, «nos bajamos la próxima vez que pare» «pero si no sabemos dónde nos va a dejar», le respondo. Se encoje de hombros. Le digo, «y si le pedimos al conductor que nos deje donde necesitamos?» «adelante», contesta. Empiezo a intentar darle instrucciones al conductor, y mientras tanto para. Para cuando me quiero dar cuenta, los tíos con los que se supone que viajo ya están fuera del taxi. Tengo dos opciones, o me bajo a toda prisa para no perderles, o me quedo sola en el taxi. Interrumpo la operación de intentar llegar a nuestro primer destino en el taxi y me bajo con ellos. Lo que no entiendo es por qué este tío me dice que adelante cuando no tenía la mínima intención de dejar que lo hiciera. Le pregunto si sabe dónde estamos y me contesta que no, pero que no será difícil encontrar el centro de la ciudad. Le digo que todos los taxis paran en el centro de la ciudad. «Ah, no lo sabía.» (Si por lo menos hubieras preguntado.)

Se repite la rutina de dejarme veinte pasos por detrás mientras piden direcciones a la gente. Un hombre que sabe inglés nos lleva hasta la estación de autobuses y nos montamos en uno – primer cambio de autobús. El segundo se produce en el siguiente control militar. Como tenemos suficiente pinta de turistas extranjeros no nos hacen apenas preguntas y nos dejan pasar, mientras unos cuatrocientos palestinos llevan haciendo varias horas de cola. Al final de esta, un soldado abre la mochila de un palestino y le saca todas las cosas.

El control militar hay que hacerlo andando, porque no se permiten coches (por eso hay que cambiar de vehículo) y al final de él hay unas puertas giratorias por donde es difícil pasar cierto tamaño de equipaje. Una vez en el otro lado, cogemos un taxi y esperamos a que se llene. Mientras, B, el otro internacional, sale del taxi murmurando algo al amigo D. D murmura algo también y el otro asiente. Al cabo de medio minuto B vuelve con dos plátanos y le da uno a D. Me figuro entonces que al murmurar le estaba ofreciendo comprarle un plátano también a él. Cada plátano ha costado un shekel, algo así como 20 céntimos. Me quedo un pelín molesta porque no se me ha incluido en el aprovisionamiento y le pregunto si sería mucha molestia comprarme a mí uno, también. B me contesta: «pues va a ser difícil» y me quedo sin plátano mientras ellos comen plácidamente sin ofrecerme. Me acuerdo de las horas que hace que no como y empiezo a sentirme mal.

En la siguiente ciudad nos montamos en un autobús de línea que tiene la hora de salida en media hora después de encontrarlo. Decido que no quiero estar demasiado tiempo con este par de egoístas y me aventuro por las inmediaciones. En la calle hay un mercado con puestos de fruta y verdura. Hay cierto alboroto continuo pero en un momento dado toda la gente mira hacia cierta calle, señalando y hablando en voz alta. Miro hacia allá y veo varios militares con traje caqui y con las consabidas metralletas, algunos andando a paso rápido. El mercado vuelve a la normalidad cuando los militares se pierden de vista y yo me concentro en los plátanos y manzanas que tengo delante. Pregunto al hombre que grita en el puesto (supongo que promoviendo el género) si sabe hablar inglés y otro hombre me contesta que sí. Le pido un plátano y me entiende que quiero un kilo. Después de varios intentos sin que me entienda, le cojo un plátano suelto y se lo doy. Luego le pido dos manzanas y pasa lo mismo. En realidad me encantaría comprarle uno o dos kilos de cada, pero andamos viajando y cambiando de taxis y autobuses en cada control militar y en cada ciudad, y llevando las maletas encima de las piernas o junto al asiento si hay suerte, así que verdaderamente no puedo coger ni siquiera comida para el viaje, no más de la que vaya a comer inmediatamente. Le pregunto cuánto es todo y sacude la cabeza y una mano: nada. Ein? Como si se pudiese permitir esta gente ir regalando la mercancía. Le insisto y me repite que no le pague. Me va a gustar esto de viajar sola.