Cuando los habitantes decidieron abandonar Yanoun después de la campaña de terror llevada a cabo por los colonos locales, se les «convenció» para que volvieran. Convinieron, sólo a condición de que se les garantizara que siempre habría aquí por lo menos tres internacionales estacionados en todo momento. La organización llamada CCPT adquirió el compromiso de mantener por lo menos a tres personas aquí siempre.
Hoy incumplimos esta norma
J. se va temprano por la mañana y todos esperamos que esto pase desapercibido para la garita de la montaña. Desde CCPT me aseguran que vendrán dos personas esta noche, así que al menos este sitio se quedará con un solo internacional durante menos de 24 horas. Siendo la única aquí, pues, decido no ir a la escuela para quedar localizable en el piso y alrededores, por si sucede cualquier cosa.
Justo cuando me estoy preparando para la clase de inglés que prometí hace dos días, alguien llama a la puerta del piso internacional. No sería la primera vez que el ejército israelí intenta entrar en el piso así que me pongo en modo alerta inmediatamente. Hay un segundo golpe tan quedo o más que el primero y me relajo un poco. Quien llama es un hombre joven palestino con un muchacho. Cuando abro la puerta quieren invitarnos a su casa, en Aqraba. En circunstancias normales les habría invitado a entrar pero una regla estricta es que no se permite entrar a los palestinos en este piso, lo mismo que no se permite a los israelíes. El joven hombre parece entender incluso antes de intentar explicárselo. Me dice que es de Aqraba pero que ahora vive en Estados Unidos, donde está estudiando en la universidad. Ahora él está de vacaciones visitando a su familia y se marcha mañana, y su familia quisiera invitarnos a cenar, mientras él está aquí. Le digo que estoy sola pero incluso si no lo estuviera, no podríamos ir a cenar tan lejos como Aqraba, dejando a Yanoun solo. Él parece atascado en mi primera frase: «¿Estás aquí sola?», pregunta, con los ojos abiertos de par en par. Le digo que sí pero agrego rápidamente, «Espero a dos personas más esta noche». Él aún precisa: «No deberías estar aquí sola».
Le digo que tengo que visitar una de las familias del pueblo en cinco minutos y se va. Me pongo los zapatos y voy a la casa de la chica a la que voy a ayudar con su inglés. Su madre me recibe, y ya parece preocupada. «¿Estás sola?» – me espeta. Parece que las noticias viajan deprisa, supongo que como en cualquier pueblo. Han pasado algunas horas desde que J. se fue y nadie ha venido en su lugar todavía. Le explico que alguien vendrá hoy mismo, pero ella continúa preocupada.
Le aclaro a su hija las dudas que tiene de inglés lo mejor que puedo mientras cenamos algo ligero y luego vuelvo al piso, que verdaderamente se siente vacío.
Algunas horas más tarde C. y X., de CCPT, aparecen en un taxi privado. Me alegro sinceramente de tener compañía y les pongo al día sobre estos días pasados, en los que afortunadamente no ha habido nada especial que destacar.
X. se va a la cama y C. se queda levantado, y me explica lo que sabía al menos en parte: que hemos cubierto momentáneamente a CCPT aquí para que pudieran ir todos a su reunión. Reunión que ya ha terminado. Ellos, C. y X., se quedarán ahora aquí al menos durante unas cuantas semanas, quizás meses.
Me explica que algunos se quedan aquí en Yanoun tres meses, que es el período total que la gente de CCPT se queda en Palestina. Le pregunto cómo es que tanta gente puede permitirse quedarse durante tanto tiempo. Él dice que CCPT es un programa ecuménico, realizado por una unión de diversas iglesias cristianas, y que es el que más éxito está teniendo en Suecia y en Estados Unidos. De hecho la mayoría de la gente que hemos conocido del CCPT es de Suecia. «¿Y sus trabajos?», le pregunto. Él explica que en Suecia lo normal es que a la gente se les guarde sus trabajos. Le miro con envidia y me pregunto en voz alta si podría conseguir un programa similar, y él apunta que la Iglesia Católica Romana no participa en ésto.
Hablamos luego de cómo estamos asimilando la experiencia y por supuesto hablamos de las diferencias culturales. Me cuenta de un pequeño incidente una vez, entre un grupo de chicos jóvenes palestinos, una chica internacional y él mismo. La chica internacional había estado en Palestina más tiempo que C. Los chicos palestinos extendieron todos sus manos a la chica, sonriendo, intentando apretarle la mano, y ella rehusó, sin una palabra. Él pensó en aquel momento que su compañera estaba siendo maleducada con los chicos así que él les apretó la mano a todos. Cuando el momento había pasado, le preguntó a la chica por qué había sido tan grosera, y ella explicó que eran ellos quienes habían sido groseros. La regla palestina es que un hombre no intenta tocar ni apretar la mano de una mujer a menos que ella haga el primer movimiento – esto se nos ha dicho a todos. Intentar hacer tal cosa es considerarla una «chica fácil», e insistir extendiendo su mano es directamente insultarla. Así que de hecho los chicos la estaban llamando «mujer de baja catadura moral», y el hecho de que todos estuvieran sonriendo demostraba que todo lo que pretendían hacer era reírse de ella. Por lo tanto su reacción, rechazando estrechar sus manos y sonreírles, fue la correcta.
Coincidimos en que los hombres palestinos parecen pensar que todas las mujeres occidentales somos lo que se llamaría «fáciles», porque piensan que somos como las mujeres que los medios de masas occidentales, especialmente las películas de Hollywood, retratan. Y hemos visto que las películas de Hollywood venden bien en la televisión local.
C. muestra desprecio por esta percepción de los palestinos. Él relaciona ésto con la queja palestina de que la gente occidental piensa que son terroristas sólo porque los medios los retratan como tales, y después son ellos los que compran los estereotipos mediáticos.
C. sugiere ver una de las películas que tiene en DVD y elegimos «El Señor de la Guerra» con Nicolas Cage. Al personaje de Cage le gusta una mujer que sólo ha visto en vallas publicitarias. Después de conocerla, tardan tres escenas en meterse en la cama. De aquí en adelante contaré las escenas que tardan las parejas en meterse en la cama en las películas estadounidenses.
Después de la película C. se va a dormir a la habitación de los hombres. Yo me quedo empaquetando, intentando no hacer demasiado ruido – mañana por la mañana me montaré en la furgoneta de la escuela y me iré de Yanoun.
Suele costarme unos minutos de meditación o de dejar que mi mente viaje antes de dormirme del todo. Puede que sea por esto que soy la única que oigo a X. quejarse desde la otra habitación. Voy hasta su puerta, la entre abro y susurro, «¿estás bien?» El no dice nada. Imagino que será algo embarazoso para él y prefiere callarse, así que me vuelvo a la cama.
Unos minutos más tarde, empieza a gritar desesperadamente, casi llorando, con el tipo de grito que sale cuando uno tiene la boca tapada a la fuerza. Entro en la habitación de los hombres preguntándome si C. no oye, o pasa, o no sabe qué hacer. O quizás está durmiendo muy profundamente.
Voy hasta la cama de X. y sigo susurrando. Sus gritos aumentan de volumen y desesperación y decido que es momento de despertarle. Le toco en el hombro y grita de pánico y su cuerpo da una sacudida violenta. Sus brazos sólo quieren golpear lo que sea que le está atacando, pero sólo me da a mí, a voleo, mientras su cuerpo da una sacudida, y mis brazos intentan parar sus golpes. Le grito, «¡¡Soy yo!! Despierta!!» Se despierta, deja de mover los brazos y me mira estupefacto. Yo sólo acierto a decir, «Estabas teniendo una pesadilla. ¿Estás bien?» Y contesta algo como «Sí, ahora sí».
Me explica que solía tener siempre la misma pesadilla, que alguien le mantenía en el suelo y él intentaba gritar, pero no podía porque no salía ningún sonido de su garganta… Pero llevaba ya muchos años sin tenerla, y es sólo ahora, aquí en Palestina, que la está teniendo de nuevo. Imagino que este estrés que todos tenemos y del que nunca hablamos estará haciendo mella en todos nosotros, lo notemos o no. El estrés que tienen los Palestinos, y las secuelas que deje, seguro que ni siquiera puedo imaginármelo.